Estaba justo enfrente del último vagón cuando escuché un lamento aterrador. No había nadie más en el andén de Tirso de Molina. Mi respiración se entrecortó ante la sombra tenebrosa. Me desplomé en el primer asiento, mi novela cayó estrepitosamente, dejando al descubierto la estampita de la Virgen de la Merced. Entonces, me percaté del hábito monástico. Una túnica holgada marrón y un cinturón de cordón desgastado rozaban sus tobillos. El estruendo chirrido por la fricción de la curva cerrada se confundió con la voz de ultratumba del fantasma de la estación. Me susurró "los trenes no nos dejan descansar"
.jpeg)
0 Comentarios